miércoles, 26 de agosto de 2009

Escondiendo las medallas de oro de los nazis

Cuando, poco después del ascenso de Hitler al poder en 1933, fueron promulgadas las leyes raciales, James Franck (1882-1964), físico y premio Nobel, decidió dejar Alemania inmediatamente, incluso si, como FrontKámpfer en la primera guerra mundial, estaba exento en esa fase. Temiendo que su medalla de oro del premio Nobel fuese confiscada se la confió a un amigo, Niels Bohr, en Copenhague. Max von Laue (1879-1960), el más honesto y valeroso de los científicos alemanes, que permaneció en Berlín y enseñó la ciencia prohibida de la relatividad durante todo el período nazi, tenía la misma preocupación. Bohr debatió lo que debería hacer con las tres medallas de oro (la de Franck, la de Laue y la suya propia) y consultó con un colega, George von Hevesy (un físico húngaro, pionero del uso de los isótopos radiactivos en biología y medicina). Una situación desesperada, decidieron, exigía medidas desesperadas. Ésta es, en palabras de Hevesy, la solución que adoptaron:


Encontré a Bohr preocupado por la medalla de oro de Max von Laue y que éste había enviado a Copenhague para ponerla a salvo. En el imperio de Hitler era casi una ofensa capital sacar oro del país y, dado que el nombre de Laue estaba grabado en la medalla, el descubrimiento de ésta por las fuerzas invasoras habría tenido muy graves consecuencias para él. Sugerí que deberíamos enterrar la medalla, pero a Bohr no le gustaba esta idea porque la medalla podría ser descubierta. Decidí disolverla. Mientras las fuerzas invasoras marchaban por las calles de Copenhague, yo estaba ocupado disolviendo la medalla de Laue y también la de James Franck.

Y así, las medallas fueron sometidas al agua regia (la mezcla de ácidos hidroclórico y nítrico que disuelve el oro transformándolo en su nitrato). Confiado en que con el tiempo se ganaría la guerra y en que finalmente regresaría a su querida ciudad y su instituto, Bohr dejó el recipiente que contenía las medallas disueltas en un estante de su laboratorio. Poco después, Bohr fue transportado a Suecia en un barco pesquero (y luego clandestinamente por aire a Inglaterra). Y, de hecho, cuando regresó en 1945, allí estaba el recipiente ya que que había pasado desapercibido para los ocupantes. Bohr había recuperado la medalla y la Fundación Nobel tuvo el placer de volver a acuñar dos
medallas conmemorativas.


Los científicos que en aquella época escapaban de Alemania utilizaron otros muchos ingeniosos subterfugios para salvaguardar al menos algunos de sus bienes y evitar la ley que les prohibía sacar dinero u objetos de valor del país. El químico Hermann Mark, por ejemplo, utilizó el dinero que tenía para comprar hilo de platino, que moldeó en forma de colgadores; éstos pasaron sin ser detectados por la hostil inspección en las aduanas.

Véase George von Hevesy, Adventures in Radioisotope Research, vol. (Pergamon, Nueva York, 1962). Eurekas y Eurofias, Walter Gratzer.

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